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El ciberacoso a menores fomenta su rol como agresores o testigos, revela investigación de UNIR.

El ciberacoso a menores fomenta su rol como agresores o testigos, revela investigación de UNIR.

LOGROÑO, 30 de junio.

Un estudio reciente revela que los jóvenes que sufren ciberacoso pueden terminar convertidos en testigos o incluso en agresores a los seis meses de haber sido víctimas. Esta importante investigación, que ha involucrado a más de mil adolescentes, fue llevada a cabo por la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) en colaboración con la Universidad del País Vasco (UPV/EHU).

Los hallazgos del informe apuntan a una estabilidad en los roles vinculados al ciberacoso: cibervíctimas, ciberagresores y ciberobservadores. Este fenómeno no se presenta como un hecho aislado; al contrario, se arraiga en las dinámicas sociales de los adolescentes, afectando incluso sus interacciones fuera del mundo digital.

Los datos sugieren que experimentar uno de estos roles en el presente incrementa la probabilidad de perpetuarlo en el futuro, consolidando un ciclo de violencia que se nutre de sí mismo.

Un aspecto fundamental del estudio es su enfoque en los ciberobservadores, un grupo que ha recibido escasa atención en la literatura científica comparado con los agresores y las víctimas. Esta investigación, realizada en tres etapas, busca comprender cómo interactúan y se mantienen estables los roles dentro del contexto del ciberacoso.

Con una muestra de 1.052 estudiantes españoles, con edades entre 11 y 17 años y representando tanto a chicos como chicas, el estudio incluyó participantes de 12 centros educativos de diversas regiones de España.

Lo que se revela es que el ciberacoso se manifiesta como un problema persistente que se encuentra profundamente enraizado en las relaciones sociales de los adolescentes, perpetuándose a lo largo del tiempo como una forma de violencia estructural en la interacción entre iguales.

Varias razones pueden explicar esta persistencia en el ciberacoso. El impacto de ser víctima puede dañar las habilidades sociales, dificultando las interacciones saludables y fomentando patrones de conducta disfuncionales, lo que a su vez aumenta la probabilidad de futuras agresiones en línea.

Además, la participación en actividades riesgosas en el entorno digital, como el intercambio de información personal o la interacción con desconocidos, puede contribuir a esta dinámica continua.

La inhabilidad de los adultos para detectar y abordar estas situaciones también juega un papel clave en la falta de protección que enfrentan los jóvenes.

Por otro lado, la ciberagresión se consolida debido a las características del entorno digital, que, a menudo, empoderan a los agresores a través del anonimato y la facilidad para llevar a cabo ataques. La búsqueda de visibilidad y poder por parte de estos individuos puede lograrse al intimidar a los demás, especialmente si su comportamiento no es desaprobado por los observadores.

Resulta relevante mencionar que la figura del ciberobservador muestra una sorprendente estabilidad. Aquellos que asisten a situaciones de ciberacoso sin intervenir tienden a adoptar esta postura de inacción a largo plazo, posiblemente por temor a convertirse en la próxima víctima, especialmente si sienten que no tienen la capacidad para ayudar.

Conceptos psicológicos como la desconexión moral y la difusión de la responsabilidad podrían estar detrás de esta pasividad. En el ámbito digital, donde es fácil atribuir el daño a otros, es más sencillo que los observadores opten por no actuar.

Una de las conclusiones claves del estudio es que ser víctima de ciberacoso puede inducir a los adolescentes a asumir roles de agresores o de observadores en el futuro. Esta crucial información resalta la naturaleza cíclica de la violencia en línea y la necesidad de abordar la victimización como un factor de riesgo importante.

La investigadora Raquel Escortell Sánchez, del Instituto de Transferencia e Investigación de UNIR, subraya la urgencia de desentrañar esta cíclica relación, enfatizando que es fundamental parar este ciclo de violencia donde la violencia engendra más violencia.

Además, Joaquín González-Cabrera, otro de los investigadores del equipo, destaca que el trabajo no solo amplia la comprensión de las dinámicas del ciberacoso, sino que subraya la necesidad de incluir a los ciberobservadores en las estrategias de prevención, llamando a una atención especial a las distintas actitudes que pueden adoptar en estas situaciones.

Las implicaciones prácticas de este estudio son significativas para el desarrollo de programas efectivos de prevención del ciberacoso. Considerando la estabilidad de los roles y la previsibilidad de la ciberagresión resultante de la victimización, es fundamental enfocar las intervenciones en varios aspectos.

Primero, es esencial promover la alfabetización digital desde una edad temprana, garantizando que los jóvenes aprendan a navegar de manera segura en el mundo online y a reconocer signos de riesgo. Además, se debe reforzar la empatía y la confianza en sí mismos de los observadores para que puedan actuar en apoyo de quienes son acosados.

Las víctimas también necesitan herramientas adecuadas para gestionar sus emociones de manera constructiva, para así evitar responder a la violencia con más violencia. La implementación de estrategias de apoyo psicológico es fundamental para romper el círculo vicioso que perpetúa el ciberacoso.

Asimismo, se requiere de intervenciones continuas, no solo puntuales, que abarque diferentes etapas en la vida de los adolescentes. Cuanto antes se pueda involucrar a los jóvenes, más efectivo será el fomento de un entorno digital seguro y respetuoso.

Finalmente, es vital transformar a los observadores pasivos en defensores de las víctimas, estableciendo un ambiente donde el apoyo social y la empatía sean la norma, lo que contribuirá a debilitar el poder de los ciberagresores y a reducir la violencia en línea.